martes, 11 de marzo de 2014

12 años (o toda una vida) de esclavitud: del pasado, el presente y las formas

Don Rosendo (Pillo, como le dicen) camina por la orilla de un camino empedrado a ratos, en otras con charcos inmensos forjados por grandes camiones de las bananeras que llevan al fruta más allá de donde él alguna vez pueda imaginar. Pero alto. Usted imaginará que este es un relato costumbrista de los tiempos de Mamita yunai de Carlos Luis Fallas o Murámonos Federico de Joaquín Gutiérrez. Pero no lo es.

Lo cierto es que NO lo es. Lo pude ver hace unos meses y lo puedo resumir: don Rosendo ha vivido toda una vida de esclavitud, con la cutacha y el sombrero, quemado por el sol y la vida; deprimido toda esa vida, pero no lo sabe; resignado como un esclavo de las plantaciones de algodón al sur de Estados Unidos hace dos siglos. Su realidad es una: es contratado cada tres meses por grandes empresas de grandes plantaciones -como las del político costarricense Antonio Álvarez Desanti o la Chiquita Brand, entre otras-, luego lo botan y él debe migrar a otras plantación en busca de otro nuevo chance de hacer la plata para el diario de su familia, y el guaro donde ahoga su miseria. No tiene más que un rancho en una propiedad que durante décadas ha ocupadó y que el gobierno no ha terminado de entregarle (un obsequio del IDA y el antiguo Estado Benefactor que desapareció del país), ha votado por el PLN o el PUSC con la ilusión de que le den el bono de vivienda; pero nada hasta ahora. Lo han puesto en listas y él se va contento a celebrar con contrabando hasta que al día siguiente se despierte en cualquier zanja, aún más deprimido por la resaca. Trabaja duro, su dignidad se lo manda, bajo el ardor del sol y la punzada en la espalda (no quiere ir al hospital porque le da miedo que lo maten más bien, eso dice). No tiene tiene tierra propia para cosechar y cuando logra alquilar algún pedazo, la cosecha se pierde porque no debe cuidarla y además trabajar en la piñera que le tocó esta vez. Y si cosecha, los revendedores le pagan una miseria que apenas le da para recuperar lo invertido y darse una buena borrachera. No sabe leer más que los rótulos, no entiende nada de cultura, pero aprendió a tocar un poco de guitarra para tirarse unas rancheras con el guaro de consuelo. Sus hijos ya desertaron de la escuela y ahora trabajan con él, pero apenas tienen 10 y 12 años. "Los maestros aquí no enseñan, vienen a sufrir un rato mientras logran irse para otro lugar", dice. La mayor ya quedó embarazada a los 16 años y ahora vive con un chamaco que, también, trabaja sin garantías sociales como él, en las grandes plantaciones del Caribe costarricense.


Como don Pillo, hay miles. Todos van a un lado del camino, con la cutacha, el sombrero y viejas camisas manchadas de sudor y tallo de banano. El que más tiene, anda en bicicleta. Son los esclavos modernos.


Después de ver la película "12 years a slave", basada en un hecho real, y que fue premiada varias veces en los Óscar recientes, no puedo dejar de pensar y sentir esa realidad de la esclavitud con la realidad de los trabajadores de las grandes plantaciones en la actualidad. Y no exagero, las barracas (casas de los peones) y el entorno húmedo y de sometimiento por la ignorancia (nadie reclama y nadie defiende al que tiene razón y reclama), crean todo un contexto ambiental, social y humano muy parecido. Es todo un modelo construido hace más de dos siglos atrás. 


He estado ahí y es lo mismo, incluso dentro de la misma comunidad que se termina resignando, de forma incomprensible para uno, a los designios de lo que les rodea, al poder del dinero para sentirse valer algo, al poder del capataz que es arbitrario, estúpido e inhumano, a los pagos miserables para trabajos muy duros, a la carencia absoluta de apoyo gubernamental (el gobierno se hace el ciego-sordo-mudo) para la educación, la cultura y las soluciones de empleos alternativos, emprendedurismo, entre otras. 


Todo una realidad cuya diferencia es una libertad de mentirillas -esa para caminar deprimido por las calles, al lado del camino-, solo posible con dinero, pero nunca se tiene y se ahoga en licor y vicios. ¿Qué tan largo en el tiempo estamos de la esclavitud inventada por los anglosajones para someter pueblos al capitalismo y la ambición de unos pocos? Me temo que la respuesta puede ser desalentadora...


Por todo eso no es sorpresivo que en estos lugares se haya "desencadenado" el crecimiento de la violencia, de la miseria y la pobreza, el desencanto político y todos los índices sociales, sean de pena nacional. Aspiro que este gobierno que ahora ingresa al poder, realmente se ponga las pilas y se concentre en este gran reto.

viernes, 7 de marzo de 2014

Garabeet o la necesidad (prólogo de novela Cuando la muerte no alcanza)

A propósito de la mención de Óscar Arias Sánchez sobre Juan de Cavallón y la dinastía de conquistadores en adelante, me permito recordarles mi primera novela "Cuando la muerte no alcanza", que se encuentra en librerías Lehmann, Internacional y Universitaria. También la puede adquirir por Internet.

Garabeet o la necesidad*
Tatiana Lobo Wiehoff

Cuando la muerte no alcanza, novela de Geovanny Debrús Jiménez, me recordó esos viejos romances medievales -como los temas artúricos del Grial- que desdeñaban el documento para privilegiar los elementos fantásticos.. Debrús Jiménez supedita los hechos históricos y el dato entnográfico a su propio deseo literario, pero lo hace respetando la concretidad de la Conquista al describir el violento encuentro entre los huetares y el invasor europeo.

El autor traza la figura del cacique Garabeet (Garabito) sobre el perfil del héroe arquetípico de todos los tiempos y todas las culturas. Cómo era realmente este guerrero americano que por un tiempo logró detener el avance de las tropas españolas hacia el valle central de Costa Rica es muy difícil de concebir, cuando no imposible, para la mentalidad contemporánea. Garabeet es emblemático, condensa a todos los guerreros de la resistencia indígena silenciados en los textos oficiales. Es un símbolo de la lucha armada contra el conquistador. Son estos valores constitutivos de la identidad costarricense los que justifican la re-creación de la historia con la mirada de un testigo contemporáneo que no se enmascara ni pretende camuflarse como cronista del pasado.

Sí, así es. La novela de Debrús Jiménez fabula el pasado con el imaginario del presente. Epopeya cuyo lirismo le permite saltar en el tiempo con la sola gracia de su admiración por la figura del héroe nativo; y con nostalgia por un mundo armónico que la codicia virulenta del conquistador destruyó, desarticulando la posibilidad de su renacimiento. . .

Nostalgia del pasado precolombino, un sentimiento ajeno a la geografía emocional de las y los costarricenses contemporáneos, para quienes el pasado ancestral es una tinaja de museo antes que la presencia activa de hombres y mujeres que alcanzaron una equilibrada convivencia entre individuo, sociedad y medio ambiente, estilo de vida que no logró sobrevivir a la espada, la cruz y el arcabuz. Después, con el advenimiento de la república, la historia oficial borró la resistencia indígena de los textos escolares creando así la ilusión de un país que nació sin contradicciones, al punto que un cierto ex-presidente negó, ante el actual rey de España, la existencia de población amerindia en Costa Rica.

Triste es decirlo pero las culturas autóctonas siguen siendo brutalmente avasalladas por la ansiedad eurocéntrica y los prejuicios que lo sostienen. Se oculta la realidad actual del indígena como se oculta sistemáticamente su pasado. En el imaginario colectivo costarricense “el indio” es un excéntrico, un extranjero. Aquí es donde surge la necesidad de voces literarias que, como la voz poética de Geovanny Debrús Jiménez, rompan el silencio, llenen el vacío y contribuyan a desinvisibilizar las etnias excluidas y a integrar, en la consciencia y los sentimientos, el origen violento de nuestro mestizaje y las luchas libertarias que nos significan hasta el presente.

*Prólogo de la novela "Cuando la muerte no alcanza".