jueves, 13 de enero de 2011

El niño sabe llorar desde que nace, el adulto lo imita

Cuando nacemos ya sabemos llorar y hasta reír, cuando nos convertimos en adultos tratamos de imitarlos, aunque no lo hacemos nada bien.

¿Por qué el adulto quiere ser niño, el niño quiere ser adulto, el padre quiere ser niño y nadie quiere ser padre? Misterios de la inconformidad natural de los humanos.

Los divorcios se dispararon hace rato, pero yo diría que fueron ellos (más bien) quienes dispararon a las mujeres y hombres. En un mundo individualista, pareciera que no hay sociedad que valga, pero los niños nunca se enteraron.

martes, 4 de enero de 2011

El ateo tiene su propia encrucijada

Cuando la persona se hace atea quizás lo primero que pierde es el temor de Dios, pero lo recupera con el temor hacia los seres humanas en sociedad, porque el miedo es parte de la condición humana, le es inherente al humano, y es materia prima de miles de textos literarios.

El miedo hacia los seres humanos se refleja en su inmediata aversión a las organizaciones sociales que rigen la Humanidad. El ateo, por definición, se hace más crítico e irreverente, su propuesta es decididamente contestataria y no permite la estupidez, o la flaqueza, en ninguna situación en la que se le permita opinar o participar con libertad. Por supuesto que para efectos prácticos, en el trabajo y en las formas de sobrevivencia, el ateo será casi un ángel, buena persona, simpático, comprensivo y hasta defensor de los valores más importantes que defiende la religiosidad a la que pertenece.

No quiero ni por asomo pretender que todas las personas críticas e irreverentes sean ateos o viceversa. Tampoco asumo que los religiosos estén ausentes de criticidad y una visión desprovista de un miedo hacia lo metafísico. A veces me pregunto hasta dónde puede ser cierto que muchos religiosos en realidad son los ateos más inteligentes, pero menos honestos, que existen: usan la religión para su beneficio personal. También hay religiosos cargados de fe, que creen convencidamente en su apostolado, en los valores que prodiga, quizás hay más de esos; los que se ubican en las esferas bajas de la jerarquía religiosa, en cualquier secta o religión.

El otro día veía unos videos en Youtube sobre la Cienciología en los que se logra meter infiltrada una periodista y logra captar asuntos de esta secta no solo inmorales, indecentes y sorprendentes, sino que se acercan a lo ilegal; dependiendo del país. Este grupo no dista mucho de las demás religiones, con las excepciones particulares que corresponden, la diferencia fundamental es que en lugar de un ser metafísico estos señores crean una jerarquía económica basada en una supuesta superioridad de la ciencia como eje de vida, pero termina siendo una farsa como muchas otras que creen en un Dios sobrenatural. Desde los pentecostales (los más descarados negociantes de la fe) hasta los cienciólogos (negociantes de la fe en la ciencia), hallamos toda una estructura mercadológica que, como lo hace la publicidad normalmente, pretende vender productos, vender soluciones a la vida; al final de la historia una solución al miedo que nos acompaña siempre, miedo que no es más que la incertidumbre de la muerte y de las preguntas ontológicas más significativas que nunca se podrá contestar la Humanidad.

Las religiones comercian con ello. Sin embargo, el ateo, en su búsqueda de respuestas más allá del engaño o de la realidad social como se plantea, busca más respuestas por sí mismo. El ateo es en esencia individualista, como nuestra sociedad misma en la actualidad. El capitalismo individualista, el liberalismo en exceso, de alguna manera, conduce al desarrollo de personalidades ateas (no solo por no creer en Dios, sino por no creer en la sociedad y sus valores fundamentales de convivencia, como la religión) que tratan de aislarse de los grupos; porque los grupos tienen muchas amenazas, muchos de esos miedos que el ateo sostendrá siempre: sus miedos hacia los otros, que sea como sea, son reales, tangibles y presentes en la misma dimesión, nivel y linealidad que ellas mismas. El ateo es libre en amplitud, pretende ser absolutamente libre, sin excepciones y es comprensible.

Pero el ateo, como quizás todo en este mundo, en esta vida y en esta sociedad, está metido en una espiral que siempre regresa al mismo lugar: la muerte, el miedo y el fin. El ateo la acepta como se acepta algo inexplicable, quizás como acepta que el Universo tal como lo conocemos quizás alguna vez surgió de una gran explosión (La teoría del big bag de Hawkings). El ateo pierde toda esperanza en un más allá, al menos no como lo concibe la religiosidad actual. ¿Vive mejor al ateo, más intensamente, si parte del principio de que no hay más allá y se ocupa mientras tanto de disfrutar cada momento? No lo creo, también el ateo se alimenta de dudas, y siempre vive con la curiosidad; con esa pregunta que reincide: ¿habrá un Dios, un ser superior que creó todo?

Quizás lo que quiero decir es que ser ateo no es una solución, ni mejora ni empeora nuestra situación como humanos en un mundo sin respuestas, donde nosotros mismos los humanos jugamos a vender las soluciones a esas preguntas. La Cienciología, como toda religión que base su crecimiento en el comercio -La ética protestante de Max Weber-, no es más que una estafa, un comercio solapado que utiliza la fe para persuadir, mercadear bienes y servicios, y así engañar a los compradores con elíxires que nadie puede comprobar. Negocio redondo.

Un lugar común de la literatura es decir que necesitamos algo en qué creer. Quizás sea cierto, yo abogo para mí mismo por las ideas y valores que rigen mi vida, pero mi mejor consejo es que lo más honesto que podemos hacer -e inteligente tal vez- es creer en pensamientos y actos que no alimenten los bolsillos de otros, que no hagan crecer a los astutos que viven de la ignorancia, el desconocimiento y la estupidez de mucha gente; pero que viven además del miedo de los demás. No tenga miedo, porque con él siempre perderá, sin él al menos tendrá una oportunidad.