La piel sí miente
Cuando aprobaron con rango de Ley de
la República que cualquiera podría andar desnudo por las calles y recovecos del
país, no solo se empezaron a saturar las fronteras con inmigrantes sedientos de
lujuria visual, sino que se formaron dos grupos polarizados en los lugares
públicos: los desvestidos y los vestidos.
Unos siguieron alegando todas las razones que ya estaban en el
ideario político y jurídico del país y que habían sido usadas para lograr el
derecho a caminar en bolas y tetas donde quisieran; los otros hicieron uso de
su derecho cristiano a taparse la vergüenza, y la comodidad de la ropa.
Por las calles de San José iban unos
sin ropa –habitualmente en verano- y otros con ella, pero no hubo puntos
intermedios. Nos acostumbramos a mirar en la heterogénea de colores y formas de
la vestimenta tradicional, también manchas humanas de color piel. Entre las
amigas, una o dos se dejaban lucir su órgano más extenso; los hombres mejor
dotados –como sucedía también con ellas- no tenían previsión alguna para donar
a la vista su paquete de piel flácida, falo y vellosidad.
Muchas
de ellas eligieron carecer del vello púbico y dejaron solamente como hito de la
estética su cabello. Un grupo más reducido de rebeldes emocionales optaron por eliminar todo rastro
de desecho celular de su piel. Otros convirtieron su piel en un extenso tatuaje
que al final quedaba en una mancha negra encima de un cuerpo pálido, que en las
calles podía verse como pinto, como un mapa de sí mismo.
De
repente, empezamos a ver bodoques de piel cargando estuches con violines,
chelos, libros, maletines, bolsas de compras o salveques de diversas formas, colores y tejidos. Los agregados para
cargar cosas se convirtieron en los símbolos de la moda.
También
la moda afectó la presentación de la piel, los genitales fueron depilados sin
piedad. En algún tiempo, fue lo contrario, había tendencias y épocas para todo.
A
los meses comprendí que nada cambiaba, excepto que yo ahora salía ilusionado
con encontrarme alguna muchacha en minifalda de vuelos, ojalá de mezclilla
firme o de seda que se desplegara por las curvas de una cadera bien puesta, y
con una blusa de tirantes que dejara anunciar solamente la silueta gravitatoria
de unos senos imaginables.
Poco
después me puse la ropa y escogí tener orgasmos de nuevo.
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® 2013. Derechos reservados. Geovanny Jiménez Salas, cc Geovanny Debrús Jiménez.
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