jueves, 5 de diciembre de 2013

La piel sí miente (un cuento de mi nuevo libro "Eroscopio")

La piel sí miente

            Cuando aprobaron con rango de Ley de la República que cualquiera podría andar desnudo por las calles y recovecos del país, no solo se empezaron a saturar las fronteras con inmigrantes sedientos de lujuria visual, sino que se formaron dos grupos polarizados en los lugares públicos: los desvestidos y los vestidos.
            Unos siguieron alegando  todas las razones que ya estaban en el ideario político y jurídico del país y que habían sido usadas para lograr el derecho a caminar en bolas y tetas donde quisieran; los otros hicieron uso de su derecho cristiano a taparse la vergüenza, y la comodidad de la ropa.
            Por las calles de San José iban unos sin ropa –habitualmente en verano- y otros con ella, pero no hubo puntos intermedios. Nos acostumbramos a mirar en la heterogénea de colores y formas de la vestimenta tradicional, también manchas humanas de color piel. Entre las amigas, una o dos se dejaban lucir su órgano más extenso; los hombres mejor dotados –como sucedía también con ellas- no tenían previsión alguna para donar a la vista su paquete de piel flácida, falo y vellosidad.
Muchas de ellas eligieron carecer del vello púbico y dejaron solamente como hito de la estética su cabello. Un grupo más reducido de rebeldes  emocionales optaron por eliminar todo rastro de desecho celular de su piel. Otros convirtieron su piel en un extenso tatuaje que al final quedaba en una mancha negra encima de un cuerpo pálido, que en las calles podía verse como pinto, como un mapa de sí mismo.
De repente, empezamos a ver bodoques de piel cargando estuches con violines, chelos, libros, maletines, bolsas de compras o salveques de diversas formas, colores y tejidos. Los agregados para cargar cosas se convirtieron en los símbolos de la moda.
También la moda afectó la presentación de la piel, los genitales fueron depilados sin piedad. En algún tiempo, fue lo contrario, había tendencias y épocas para todo.
A los meses comprendí que nada cambiaba, excepto que yo ahora salía ilusionado con encontrarme alguna muchacha en minifalda de vuelos, ojalá de mezclilla firme o de seda que se desplegara por las curvas de una cadera bien puesta, y con una blusa de tirantes que dejara anunciar solamente la silueta gravitatoria de unos senos imaginables.

Poco después me puse la ropa y escogí tener orgasmos de nuevo.

Este cuento pertenece a mi más reciente libro "Eroscopio". Si desea leer el libro completo puede adquirirlo en:
1. Librería Universitaria, San Pedro de Montes de Oca.
2. Librería Duluoz, Barrio Amón, San José.
3. Envío por correo electrónico, previo depósito: ventas@culturacr.net.
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® 2013. Derechos reservados. Geovanny Jiménez Salas, cc Geovanny Debrús Jiménez.

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