domingo, 31 de enero de 2010

Escribir como desahogo o el desahogo como escritura...

En mi taller literario, que coordino desde hace unos tres años desde CulturaCR.net, una de las primeras cosas que comparto con los asistentes es la idea de que la literatura, si bien puede ser catarsis o desahogo, también requiere un trabajo con algún tipo de disciplina y respeto hacia el lector.

En el taller de CulturaCR pretendemos que el escritor construya obras de calidad y que trabaje para atraer al lector, al final de cuentas el más grande motivo de todo escritor. La diferencia entre jugar con la literatura y respetarla es el tipo de trabajo que se haga. El mejor juez y el más implacable para que un libro quede en la gente es el tiempo. Muchas obras se quedan olvidadas, en realidad son pocas las que se preservan un buen tiempo o viven para siempre como clásicos. La gran mayoría se quedan en el olvido. Entonces escribir solo por catarsis, por juego o hobbie no puede ser el motivo último de esta práctica u oficio, aunque también debemos considerarlo.

Los escritores tenemos la tendencia a escribir en los peores momentos, sobre las peores cosas, normalmente a raíz de experiencias personales que vivimos u observamos. El desamor es el tema por excelencia en la poesía, por ejemplo, y el desamor incluso está presente hasta cuando hablamos del amor. Esta es la escritura impulsiva, la del desahogo, la que surge como catarsis personal.

Escritor que está feliz deja de escribir, dicen algunos, o no produce una buena obra. Pero no es cierto del todo. Si valoramos como "buena obra" aquella que habla solamente sobre temas sórdidos, malos y negativos de nuestro entorno social o existencial; desarrollados con maestría a partir de la misma fuerza del desencanto, entonces tendríamos razón. Pero entonces habría que cuestionarse si la literatura solo debe hablar de ese tipo de temas, si la felicidad o temas afines a emociones humanas de encanto y positivismo no pueden también ser escritas con maestría. Es que, de pensar así, podríamos incluso pensar que la lectura es una actividad solamente para depresivos, reprimidos o personas con criticidad enquistada para siempre.

Al principio, el escritor empieza a escribir por razones de dolor personas, en la mayoría de los casos, pero el buen escritor; creo yo, desarrolla un hábito y encanto hacia la escritura que lo pone a escribir en cualquier circunstancia personal o social. Percibir el mundo y llevarlo al papel en blanco con palabras y magia es un acto maravilloso, que ya de por sí, es un acto de felicidad. Y me perdonan si soy muy cursi, pero he aprendido a escribir también en los buenos momentos, así como he visto talleristas desarrollar obras impresionantes desde un trabajo más "controlado", que no necesariamente se ligue a un estado personal de dolor, desencanto o frustración.

¿Usted qué cree? ¿Sola la obra que revele lo negativo de la sociedad es buena o bien lograda?
1 de febrero de 2010.

lunes, 18 de enero de 2010

Premios del Ministerio de Cultura en perspectiva

Después de leer con atención los claros e irrefutables argumentos de Juan Murillo (http://depeupleur.blogspot.com) sobre la aberración cometida por los jurados de este año en los Premios Nacionales de literatura, no pude evitar poner al tema en perspectiva, aunque sea trillado y reiterado cada enero. Creo que algo hemos aprendido.

En CulturaCR he publicado desde hace 4 años una buena cantidad de críticas, contracríticas y polémicas sobre los Premios Nacionales (http://www.culturacr.net/09/c0129premiosnacionales.htm), algunas de ellas que han servido de cúmulo a las razones del por qué estos premios del Ministerio de Cultura (no "Nacionales", como bien aclara Tatiana Lobo) deben someterse a una exhaustiva y honesta revisión de las autoridades gubernamentales y literarias del país, así como del público lector.

Este año el "insulto" es por declarar las ramas de cuento y novela desiertos, en otras oportunidades ha sido por haber sido concedidos a libros de dudosa calidad, o bien, precedidos por anti éticos amiguismos o clientelismos dentro de las instituciones que participan nombrando jurados: el Ministerio de Cultura, La Asociación de Autores (que solo sirve para eso) y las universidades estatales (UNA y UCR que se alternan cada año).

Iván Molina llama a lo anterior, de manera menos desconfiada y más comprensiva, endogamia. Los premios se los reparten entre amigos y eso trae como consecuencia que "a veces la persona premiada habrá elaborado una obra o realizado un trabajo que verdaderamente merecía el premio; pero, en otros casos, quizá la mayoría, no será así", sostiene.

De lo anterior "puede entenderse mejor por qué los premios carecen de interés y significado, y no sólo para los medios de comunicación", amplía Alfonso Chase. Y si, por argolla, amistad o contactos, el autor tiene sus cinco minutos de fama en la prensa, como bien lo dice Chase, eso no trascenderá de ahí. No habrá fama, ni gloria, ni nada más que un dinero bien recibido y una estatuilla para lucir en la biblioteca. Claro, siempre el autor podrá impresionar a los incautos con su gran premio, pero no así al medio literario.

Chase sostiene que antes, para su generación, los premios daban respeto y mérito, las editoriales volvían sus ojos hacia ellos, pero ahora no sucede así: "El valor monetario de los premios, que pasó de cinco mil colones ¡hasta casi un millón!, desató una especie de codicia que dejó de lado los méritos de las obras, para darle un significado casi nulo al valor de la obra premiada", afirma el Premio MAGON.

Uriel Quesada nos despierta, al decir que en realidad estos premios no provocan más ventas de libros, o nos atrae más lectores, sino que se resumen al prestigio en ciertos círculos intelectuales muy reducidos.

Para nadie es un secreto que los premios han caído en un hondo desprestigio del que siempre nos olvidamos durante el año, pero sacamos a la luz cada enero. Hay incluso gente que ha dicho que recibir uno de ellos es más bien símbolo de desprestigio, que los Premios Nacionales no deberían llamarse Aquileo Echeverría, sino simplemente los "Premios Aquínoleo". A medida que mejora la dotación económica, desmejora la ética en su designación.

El cinismo de los jurados y escritores mancomunados ha llevado el tema al fuero del interés material, el milloncito que bien ayuda a cualquier escritor para sobrevivir unos 3 meses, para viajar a festivales internacionales o para ahogarse en guaro en las cantinas.

Y qué hubiera pasado si...

Y nos preguntamos, ¿qué hubiera pasado si el ganador en cuento y novela hubiera sido un "hijo pródigo" del grupo de los "trascendentalistas", tan rechazado por Murillo, Adriano Corrales y muchos otros escritores que participan de este relevo generacional? ¿Hubiera sido preferible o no? Siempre los premios generarán diferencias sobre los gustos y preferencias de unos y otros, es claro, pero ¿qué tanto preferimos o nos ofende, el estar de frente al fantasma del "premio desierto"?

En este caso, como el del año pasado en cuento, la cantidad de libros presentados (sin sumar los NO presentados) nos lleva a considerar que los jurados de verdad se abusaron. 40 libros este año y 33 el año pasado son bastantes. Ahora bien, ¿en realidad se leen los jurados 40 libros durante el año para decidir cuáles premian? Ni usted ni yo lo creemos. Sin contar con que los mismos jurados deciden sobre la suma de libros presentados en cuento, novela y poesía (no solo esos 40).

Aquí volvemos al tema de la endogamia, Molina es claro en afirmar que ya muchos jurados llegan con sus favoritas y han vetado de plano a algunos de ellos, en quienes no gastarán ni 5 minutos para empezar a leerlos. Sigo preguntando: ¿leerían Juan Murillo o Adriano Corrales, por mencionar algunos de los varios críticos que hay, los libros aportados por Julieta Dobles, Ronald Bonilla, Carlos Francisco Monge, o el mismo Albán Mora, para un Premio Nacional? Me disculpan si digo lo que pienso, pero en el mejor de los casos no pasarían del primer poema o cuento.

Lo anterior nos lleva a reconocer que el problema es más amplio aún. Las preferencias y amiguismos (o "enemiguismos") se impondrían y la estructura actual de los Premios del Ministerio de Cultura no puede evitarlo. Y me dirán que ningún premio lo puede hacer, porque de eso se trata, de las preferencias de un jurado. Claro, y eso genera controversia que es natural, como afirma Chase en su caso: "no tengo idea de cómo se me dio el Premio Nacional de Cultura en 1999, a no ser porque la mayoría de los jurados eran amigos míos, habían leído mis trabajos literarios y conocían de mi vida."

No obstante, señores, ¿no sería bueno o ideal pensar maduramente, con mentalidad ética, y generar un sistema que se acerque lo más posible hacia unos premios que de verdad den mérito a quien realmente se lo merece, como el de Evelyn Ugalde de este año. Que el premio recupere la atención de la prensa, el prestigio en el medio y en los lectores, e incluso la loa internacional?

Y es posible. Estos pocos incentivos al escritor, pero también a los artistas que no se alejan mucho de la realidad en los premios literarios, deben dignificarse. Es preciso recuperar el sentir en la prensa y los lectores de que leer un libro premiado puede ser en mayor medida una experiencia gratificante.

En última instancia quizás deberíamos de someternos al imperio de la certeza en las palabras de Tatiana Lobo: "A fin de cuentas, quienes deciden la calidad de una obra son las y los lectores y, por supuesto, ese juez implacable que es el Tiempo. Entonces, ¿para qué preocuparse por esta comedia tan aldeana?"

O bien, seguir a Uriel Quesada cuando nos dice: "De todas maneras el problema de la literatura costarricense no está ahí sino afuera, en la calle, en los libros que se imprimen primorosamente pero no se distribuyen, en el poco dinero que hay para promoción, en las políticas de las librerías, en esa brecha entre lectores y escritores que muy pocos han sabido cerrar".

Soy de la creencia que los Premios Nacionales, para ser nacionales, dignos y prestigiosos de nuevo, deben reestructurarse, hacerse más representativos, democráticos, ampliar los jurados o abrirlo a una votación del público que, con los medios electrónicos modernos, permitiría garantizar un voto por lector (cada propietario de libro tendría derecho a votar una vez, así incentivamos sus ventas también), o bien crear un sistema donde un jurado amplio (de unos 15 o 20 representantes de muchos sectores de la literatura, que los hay) comparta resultados con un público participante por interés propio, que de paso le da más mérito a la obra.

Es decir, una especie de sistema de voto de "calidad" a la par de uno de "cantidad", ambos con igual peso. Sería interesante al menos discutirlo y ver qué tan descabellado es lo que propongo, o al menos qué partes son inviables. ¿Cuánta plata se queda sin dar a los premios desiertos? Con eso podemos financiar un sistema como este.

Escuché a Juan Murillo proponer algo parecido, ya hace unos años yo había propuesto los Premios Democulturacr, una especie de premios del lector, pero nadie me quiso financiarlos. Claro, son competencia de los cánones establecidos.

Hablemos, construyamos, propongamos soluciones a este desastre que tenemos con los Premios del Ministerio de Cultura.