Después de leer con atención los claros e irrefutables argumentos de Juan Murillo (http://depeupleur.blogspot.com) sobre la aberración cometida por los jurados de este año en los Premios Nacionales de literatura, no pude evitar poner al tema en perspectiva, aunque sea trillado y reiterado cada enero. Creo que algo hemos aprendido.
En CulturaCR he publicado desde hace 4 años una buena cantidad de críticas, contracríticas y polémicas sobre los Premios Nacionales (http://www.culturacr.net/09/c0129premiosnacionales.htm), algunas de ellas que han servido de cúmulo a las razones del por qué estos premios del Ministerio de Cultura (no "Nacionales", como bien aclara Tatiana Lobo) deben someterse a una exhaustiva y honesta revisión de las autoridades gubernamentales y literarias del país, así como del público lector.
Este año el "insulto" es por declarar las ramas de cuento y novela desiertos, en otras oportunidades ha sido por haber sido concedidos a libros de dudosa calidad, o bien, precedidos por anti éticos amiguismos o clientelismos dentro de las instituciones que participan nombrando jurados: el Ministerio de Cultura, La Asociación de Autores (que solo sirve para eso) y las universidades estatales (UNA y UCR que se alternan cada año).
Iván Molina llama a lo anterior, de manera menos desconfiada y más comprensiva, endogamia. Los premios se los reparten entre amigos y eso trae como consecuencia que "a veces la persona premiada habrá elaborado una obra o realizado un trabajo que verdaderamente merecía el premio; pero, en otros casos, quizá la mayoría, no será así", sostiene.
De lo anterior "puede entenderse mejor por qué los premios carecen de interés y significado, y no sólo para los medios de comunicación", amplía Alfonso Chase. Y si, por argolla, amistad o contactos, el autor tiene sus cinco minutos de fama en la prensa, como bien lo dice Chase, eso no trascenderá de ahí. No habrá fama, ni gloria, ni nada más que un dinero bien recibido y una estatuilla para lucir en la biblioteca. Claro, siempre el autor podrá impresionar a los incautos con su gran premio, pero no así al medio literario.
Chase sostiene que antes, para su generación, los premios daban respeto y mérito, las editoriales volvían sus ojos hacia ellos, pero ahora no sucede así: "El valor monetario de los premios, que pasó de cinco mil colones ¡hasta casi un millón!, desató una especie de codicia que dejó de lado los méritos de las obras, para darle un significado casi nulo al valor de la obra premiada", afirma el Premio MAGON.
Uriel Quesada nos despierta, al decir que en realidad estos premios no provocan más ventas de libros, o nos atrae más lectores, sino que se resumen al prestigio en ciertos círculos intelectuales muy reducidos.
Para nadie es un secreto que los premios han caído en un hondo desprestigio del que siempre nos olvidamos durante el año, pero sacamos a la luz cada enero. Hay incluso gente que ha dicho que recibir uno de ellos es más bien símbolo de desprestigio, que los Premios Nacionales no deberían llamarse Aquileo Echeverría, sino simplemente los "Premios Aquínoleo". A medida que mejora la dotación económica, desmejora la ética en su designación.
El cinismo de los jurados y escritores mancomunados ha llevado el tema al fuero del interés material, el milloncito que bien ayuda a cualquier escritor para sobrevivir unos 3 meses, para viajar a festivales internacionales o para ahogarse en guaro en las cantinas.
Y qué hubiera pasado si...
Y nos preguntamos, ¿qué hubiera pasado si el ganador en cuento y novela hubiera sido un "hijo pródigo" del grupo de los "trascendentalistas", tan rechazado por Murillo, Adriano Corrales y muchos otros escritores que participan de este relevo generacional? ¿Hubiera sido preferible o no? Siempre los premios generarán diferencias sobre los gustos y preferencias de unos y otros, es claro, pero ¿qué tanto preferimos o nos ofende, el estar de frente al fantasma del "premio desierto"?
En este caso, como el del año pasado en cuento, la cantidad de libros presentados (sin sumar los NO presentados) nos lleva a considerar que los jurados de verdad se abusaron. 40 libros este año y 33 el año pasado son bastantes. Ahora bien, ¿en realidad se leen los jurados 40 libros durante el año para decidir cuáles premian? Ni usted ni yo lo creemos. Sin contar con que los mismos jurados deciden sobre la suma de libros presentados en cuento, novela y poesía (no solo esos 40).
Aquí volvemos al tema de la endogamia, Molina es claro en afirmar que ya muchos jurados llegan con sus favoritas y han vetado de plano a algunos de ellos, en quienes no gastarán ni 5 minutos para empezar a leerlos. Sigo preguntando: ¿leerían Juan Murillo o Adriano Corrales, por mencionar algunos de los varios críticos que hay, los libros aportados por Julieta Dobles, Ronald Bonilla, Carlos Francisco Monge, o el mismo Albán Mora, para un Premio Nacional? Me disculpan si digo lo que pienso, pero en el mejor de los casos no pasarían del primer poema o cuento.
Lo anterior nos lleva a reconocer que el problema es más amplio aún. Las preferencias y amiguismos (o "enemiguismos") se impondrían y la estructura actual de los Premios del Ministerio de Cultura no puede evitarlo. Y me dirán que ningún premio lo puede hacer, porque de eso se trata, de las preferencias de un jurado. Claro, y eso genera controversia que es natural, como afirma Chase en su caso: "no tengo idea de cómo se me dio el Premio Nacional de Cultura en 1999, a no ser porque la mayoría de los jurados eran amigos míos, habían leído mis trabajos literarios y conocían de mi vida."
No obstante, señores, ¿no sería bueno o ideal pensar maduramente, con mentalidad ética, y generar un sistema que se acerque lo más posible hacia unos premios que de verdad den mérito a quien realmente se lo merece, como el de Evelyn Ugalde de este año. Que el premio recupere la atención de la prensa, el prestigio en el medio y en los lectores, e incluso la loa internacional?
Y es posible. Estos pocos incentivos al escritor, pero también a los artistas que no se alejan mucho de la realidad en los premios literarios, deben dignificarse. Es preciso recuperar el sentir en la prensa y los lectores de que leer un libro premiado puede ser en mayor medida una experiencia gratificante.
En última instancia quizás deberíamos de someternos al imperio de la certeza en las palabras de Tatiana Lobo: "A fin de cuentas, quienes deciden la calidad de una obra son las y los lectores y, por supuesto, ese juez implacable que es el Tiempo. Entonces, ¿para qué preocuparse por esta comedia tan aldeana?"
O bien, seguir a Uriel Quesada cuando nos dice: "De todas maneras el problema de la literatura costarricense no está ahí sino afuera, en la calle, en los libros que se imprimen primorosamente pero no se distribuyen, en el poco dinero que hay para promoción, en las políticas de las librerías, en esa brecha entre lectores y escritores que muy pocos han sabido cerrar".
Soy de la creencia que los Premios Nacionales, para ser nacionales, dignos y prestigiosos de nuevo, deben reestructurarse, hacerse más representativos, democráticos, ampliar los jurados o abrirlo a una votación del público que, con los medios electrónicos modernos, permitiría garantizar un voto por lector (cada propietario de libro tendría derecho a votar una vez, así incentivamos sus ventas también), o bien crear un sistema donde un jurado amplio (de unos 15 o 20 representantes de muchos sectores de la literatura, que los hay) comparta resultados con un público participante por interés propio, que de paso le da más mérito a la obra.
Es decir, una especie de sistema de voto de "calidad" a la par de uno de "cantidad", ambos con igual peso. Sería interesante al menos discutirlo y ver qué tan descabellado es lo que propongo, o al menos qué partes son inviables. ¿Cuánta plata se queda sin dar a los premios desiertos? Con eso podemos financiar un sistema como este.
Escuché a Juan Murillo proponer algo parecido, ya hace unos años yo había propuesto los Premios Democulturacr, una especie de premios del lector, pero nadie me quiso financiarlos. Claro, son competencia de los cánones establecidos.
Hablemos, construyamos, propongamos soluciones a este desastre que tenemos con los Premios del Ministerio de Cultura.
5 comentarios:
La alternativa pluralísta y crítica de los premios nacionales que proponés es una necesidad urgente para que sirva de corrector de lo que todos los años resulta ser, más que el premio nacional, una verguenza nacional.
En cuanto a la pregunta que te hacías sobre mi posible modo de proceder como potencial jurado:
¿leerían Juan Murillo o Adriano Corrales, por mencionar algunos de los varios críticos que hay, los libros aportados por Julieta Dobles, Ronald Bonilla, Carlos Francisco Monge, o el mismo Albán Mora, para un Premio Nacional?
Tengo que decir que me sorprende que pongás en duda mi integridad.
El problema que tienen algunos de esos autores (no todos) es que su impulso transgresor está agotado y que la fórmula que gustan de visitar para hacer libros ya cumplió su función histórica en la literatura nacional y que sus últimos libros no son mejores que los anteriores.
Dicho eso, nada impide que Julieta Dobles o Ronald Bonilla escriban un gran libro, un libro que abra fronteras y renueve nuestra poesía. No lo han hecho, pero si lo hicieran yo sería el primero en celebrarlo.
Tené por seguro que si yo me comprometiera a ser jurado me leería todos los libros, de otro modo no puede uno adquirir ese compromiso.
Finalmente tengo que decir que la crítica literaria no es un asunto de enemistades. Un mismo autor puede tener buenas y malas obras y resulta un poco ridículo pensar que uno pueda ser enemigo de otra persona por la poesía que escribe.
Juan, como yo sabía qué iba a responder a la pregunta la dejé abierta, no la intenté contestar yo.
No pongo en duda tu integridad, planteo claramente lo que ha pasado y lo que podría pasar en el futuro con los premios. Hasta el mejor mono se le cae el zapote y debes considerar algo importante, al ser jurado siempre habrá cuestionamientos. ¿Cuáles son los cánones aplicados para evaluar una obra? Mmm, difícil verdad, hay gustos...Con toda la integridad del mundo se puede caer en apreciaciones equivocadas como jurado o incluso como crítico. En todo caso, no es tema de integridad sino de endogamia, como así lo dejo ver, de un medio pequeño que se limita a sí mismo.
El tema de los amigos y enemigos no lo digo por vos, debés conocer la historia reciente de los movimientos literarios y ver cómo mucho gente lleva a un plano de lo social, las relaciones que deberían ser profesionales o académicas. Los hechos de los últimos años se imponen a tus palabras y la formalidad que sería ideal.
Lo del cuestionamiento a mi integridad lo dije porque vos dijiste que pensabas que en el mejor caso no pasaría del primer cuento o poema en obras de ciertos autores. O sea, que actuaría basado en prejuicios y no cumpliría el mandato que le impone la ley a los jurados, cosa que no es cierta. Pienso que alguien que esté dispuesto a rechazar ad portas una obra no puede ser jurado de un premio y no debería aceptar ese puesto.
En cuanto a los canones a aplicarse aquí debe hacerse una distinción importante (que aplica también a la crítica literaria) entre gustos y criterios objetivos. Esto puede sorprender a muchos, pero en literatura existen criterios objetivos de calidad más allá de la mera preferencia personal. Dicho esto, tengo que admitir que el peso que tienen ciertos criterios sobre otros viene de una visión personal de lo que es importante en literatura, de modo que lo personal no se puede desligar del juicio que se hace.
El problema de los cuestionamientos tiene su raíz en el hecho de que los jurados no sustentan apropiadamente sus decisiones. Si un jurado da como razón para otorgar el premio una línea escueta, a la gente no le queda más remedio que imaginarse que hay otras razones, probablmente inmencionables, para el otorgamiento. La transparencia en el razonamiento del otorgamiento es la mejor defensa que tiene un jurado.
Hago mías estas palabras de Juan Murillo:
"Pienso que alguien que esté dispuesto a rechazar ad portas una obra no puede ser jurado de un premio y no debería aceptar ese puesto".
Claro que habrá que ver qué criterios tienen más peso que otros. Ahí es donde la objetividad se diluye o se confunde. Ya lo dijo un europeo cuyo nombre no recuerdo: la pretendida objetividad en las ciencias sociales es una forma de brujería. Pero ese es otro tema.
Sin duda, la carencia de criterios claros en los veredictos solo demuestra falta de trabajo, además de lo que decís: que deja pensar en cuestionamientos.
Voy a confiar en tus criterios y tu honorabilidad, porque siempre has sido consecuente y has defendido tu integridad más allá de los amiguismos. Quedan escritas en piedra esas palabras para el porvenir, cuando tengas la oportunidad de ser jurado. Sé que harás un buen trabajo.
Yo participé en dos ocasiones en el premio UNA Palabra y en ambas el resultado fue desierto (la primera en cuento y la segunda en poesía). Mi decepción se extendió a mucho más que simplemente no haber ganado, puesto que de haber salido una obra ganadora, podía leerla y compararla con mi propia producción, de modo que me quedara claro por qué esa merecía ganar o por qué no. Pero un fallo desierto, y más en un concurso donde se trata de dar a conocer obras inéditas como lo es el UNA Palabra, es deprimente y contradictorio, es mostrar un desinterés por las nuevas propuestas (o una incapacidad por comprenderlas) que termina siendo un obstáculo que las letras evolucionen. Para colmo, escuché decir a un jurado del UNA palabra del año pasado (que nunca ha escrito más que ensayos y funge como jurado en cuento y poesía) que no tenía mucho tiempo para leerse todas las obras, pero que de todas maneras, con una pequeña muestra de cada una ya tenía una idea clara de cómo era la totalidad. Imagínense ustedes...
Publicar un comentario